sábado, 1 de agosto de 2009

Disfrutemos con nuesta madre naturaleza y convivamos en paz

Aunque con unos días de retraso no quiero pasar sin repudiar a los cobardes que matan impunemente, en lugar de dar la cara y luchar por la libertad, y la convivencia.

Asco me dais, Etarras



QUE BELLEZA
No se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho.

Cada día se hace mas preciso en este puñetero mundo las relaciones intergeneracionales


ASI DEBE PLORIFERAR LA AMISTAD
Un dios por quien jurar. El buen tiempo (supongo).
La salud. Muchos libros. Un paisaje de Friedrich.
La mente en paz. Tu cuerpo desnudo en la terraza.
Un macizo de lilas donde rezar a Flora.
Dos o tres enemigos y dos o tres amigos.
Todo eso junto es la felicidad.

EL TRONCO SANO DE LA VIDA
El papel de los mocos

Lo dice la gente: antes los diarios eran más gordos. Y es cierto: había más publicidad y sobre todo se contaba con unas magníficas páginas dedicadas a la compra y venta y alquiler de pisos, que esas han prácticamente desaparecido. También había páginas en las que las personas se ofrecían para mejorar sus condiciones laborales. A esas se las llamaba Ofertas. Y a las otras, a las que pedían gente capacitada para puestos por cubrir, se las llamaba Demandas. Hoy casi no quedan ni anuncios inmobiliarios, ni ofertas ni demandas. Y los más apocalípticos vienen a decir que falta poco para que nos quedemos incluso sin diarios. Sobreviven, eso sí, los anuncios de prostitución, que es al fin y al cabo el último recurso ahora que las demandas laborales han ido a parar al museo.
Quien más quien menos ha buscado en la sección de Demandas algo que le ilusionara. El formulario del anuncio solía ser más o menos igual para todas las empresas: inglés hablado y escrito, buena presencia, coche propio, la titulación correspondiente y finalmente la paradoja laboral por excelencia: imprescindible experiencia y no haber superado los 30 años. Los lectores con inglés, coche, título y guapos no acertaban a encontrar la solución entre esa experiencia imprescindible y el tope máximo de los 30 años, una edad más propia de la exploración que de la recapitulación.
En cualquier caso, eran tiempos en los que la experiencia se valoraba hasta este absurdo glorioso de pretender entenderlo todo sin haber tenido tiempo de entender nada. La experiencia, decían los viejos, es la madre de la ciencia. La experiencia no tenía nada que ver con la formación académica, sino con ese sexto sentido imprescindible para superar situaciones inesperadas. La experiencia era una manera de decir al candidato que lo que se esperaba de él no era únicamente sorprender a la empresa, sino que, ante todo, no se dejara sorprender por las empresas de la competencia.
Y de esa manera hemos llegado hasta aquí. Con 1.800 despedidos diarios es evidente que ya no hay demandas. Pero lo curioso es que los valores que se pedían hace años ahora son un lastre. Aquellos trabajadores que en su día fueron empleados precisamente porque demostraron profundizar en su experiencia ahora son mandados al paro precisamente por un exceso de experiencia. Las prejubilaciones afectan a gente cada vez más joven, pero a los 52 años la experiencia en la misma empresa grava de forma insoportable la masa salarial. Esa era la trampa: queremos experiencia a precio de saldo. Porque cuando la experiencia se cuenta por trienios, mejor prescindir de ella.
En este oficio de contar las cosas nos estamos sorprendiendo de gente con experiencia y memoria que va a ser sustituida, en el mejor de los casos, por chavales sin más experiencia que la que da ser el más rápido en desenfundar internet. En otro tipo de empresas, como Iberia, esa línea aérea que antes solía pasar por Barcelona, están proponiendo prejubilaciones a tripulantes veteranos. Para los que volar no nos hace una especial ilusión, siempre suele ser una garantía de supervivencia que el comandante tenga una vida laboral suficientemente experimentada como para conocerse todos los aeropuertos, todas las tormentas y todas las averías del mundo.
Pero la experiencia es hoy más cara que el papel de los mocos, ese que se usa y se tira y se disuelve lentamente en el agua de un inodoro que empieza a resultar demasiado pestilente.
Juan Barril


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