miércoles, 2 de septiembre de 2009

Que el vino con moderacion nos ayude

Se pasaron las vacaciones y parte de la enfermedad

Confio en que las rayos Uva del Pedro Ximenez me ayude


Que mundo estamos creando.
Así nos va.
Sobre todo a la clase trabajadora
Que a veces actuamos fuera de nuestras posibilidades
Que bonito articulo como refexion

Negarse a crecer

Llega a mis manos un libro interesantísimo de Joaquim Sempere. Ha sido publicado por Crítica y su título es así de explícito: Mejor con menos. Se trata de un ensayo prolijo sobre ese dogma de fe que mantiene con vida al capitalismo. Ese que implica que, para ir bien, siempre se debe estar creciendo. Sempere aplica su inteligencia no únicamente a apuntar a las causas de ese crecimiento compulsivo, sino también a resignarse ante lo que es inevitable. Eso es lo que hace de Sempere un analista lúcido y no un profeta ciego.
Me pregunta Sempere si creo posible llegar a un mundo en el que hubiera un 50% menos de enfermedades mentales, un 25% menos de suicidios o un 40% menos de delincuencia. La respuesta no está tan lejos: ese país era la Francia de 1960. Aprovechando la actual crisis no estaría de más citar a nuestros padres y preguntarles por aquellos felices 60 para saber si puede existir una mínima posibilidad de regresar al futuro. Eran los años en los que la gente –y no toda– empezaba a tener un coche, y solo uno. Tiempos en los que las vacaciones no significaban una semana en Cancún, sino un semana de cámping o un retorno al pueblo. Desde entonces acá han pasado un par de cosas. En primer lugar se han multiplicado –a menudo artificialmente– las necesidades. Por primera vez ya no ha sido la demanda ciudadana la que ha condicionado la oferta, sino que ha sido la oferta la que ha provocado una demanda inútil. Y, naturalmente, para poder hacer frente a esas necesidades nuevas que nos han caído encima, el ciudadano se ha visto obligado a ampliar su horario laboral. De pronto se ha producido una inesperada reducción del tiempo de ocio, lo que equivale a una reducción de un concepto tan poco económico como es la felicidad. Porque la felicidad ya no es una sensación interior, sino la obtención de lo que antes parecía inalcanzable. Hoy más que nunca, somos en las cosas. Y cuando las cosas se nos alejan o se encarecen, dejamos de ser.
Me despido de Joaquim Sempere con una actitud ambivalente, muy parecida al paciente que va al médico y que le informa sin tapujos de la gravedad del diagnóstico mientras el paciente sabe que jamás seguirá las indicaciones del doctor. Me alegra saber que alguien ha pensado en mi felicidad mientras me rindo a la evidencia de mi autodestrucción.
¿Mejor con menos? ¿Y quién puede establecer dónde está la frontera de las renuncias? Demasiado tarde. Demasiado débiles.
El placer de volarEn el planeta de las prohibiciones hay un ámbito especialmente restrictivo. Se trata de todo lo que hace referencia a la aeronáutica. Desde el momento en el que entramos caminando en el mundo del aire, ya casi nada es posible. Prohibida el agua, prohibido el perfume, fuera zapatos, collares y cinturones. Por supuesto, prohibido fumar. Prohibido dejar equipajes sin controlar. Prohibido beber en el avión nada que no haya sido adquirido allí. Prohibido hablar por teléfono y jugar con la playstation. Prohibido llevar navajas, aunque para la cena nos den cubiertos. Toda prohibición es poca cuando se trata de garantizar la seguridad. Pero ahora llegan los aviones con pasajeros de pie. Toda seguridad es excesiva cuando de lo que se trata es de garantizar la rentabilidad. Algún día veremos aviones con remolque o pasajeros tumbados en colchonetas en distintos pisos. Pero los controles del agua y los zapatos continuarán.
Joan Barril

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